Premios Goya
Raúl de la Fuente: '‘El infierno’ se adentra en las profundidades de la desolación'
Natxo Velez | eitb.eus
El cineasta navarro opta este sábado al Goya al mejor cortometraje documental por “El infierno”, retrato de las misérrimas condiciones de vida en la prisión de Pademba, en la capital de Sierra Leona.
Euskaraz irakurri: Raul de la Fuente: '‘El infierno’ bihozminaren erroetan barneratzen da'
Dice Raúl de la Fuente que el infierno en la tierra está en Freetown, capital de Sierra Leona, en la cárcel de Pademba Road, donde sobreviven hacinados más de 2300 reclusos, muchos enfermos, en un monumento a la inhumanidad construido para 300 personas.
“El infierno”, trabajo necesario que le ha valido a De la Fuente y a la productora Amaia Remirez (Kanaki Films) la nominación al premio Goya al mejor cortometraje documental, se adentra en las tinieblas de Pademba para mostrar la miseria, la injusticia y las implacables fauces de la barbarie en un relato que, aunque huye del morbo y de la recreación en el sufrimiento, muestra sin contemplaciones el angustioso reverso de lo que debería ser una sociedad.
Solo la historia de Chennu, un antiguo preso que vive para ayudar como puede a los reclusos que ocupan su viejo lugar en el presidio, aporta luz y esperanza a “El infierno”, un trabajo con el que De la Fuente vuelve a los Goya, premio que ganara ya con el documental “Minerita” (2014) y la película de animación “Un día más con vida” (2019).
Hablamos con el cineasta navarro, precisamente, minutos después de saber que “Un día más con vida” quedaba fuera de las nominaciones de los Óscar, donde ya estuvieron con “Minerita”. “Esta vez nos lo esperábamos, viendo las películas que competían en esa categoría”, afirma.
¿Cómo supisteis de la existencia de la prisión de Pademba? ¿Cuándo decidisteis que queríais grabar el documental?
Yo sabía de la existencia de este lugar por el trabajo del fotógrafo Fernando Moleres, y la idea de hacer el documental surgió allí mismo, en Freetown. Yo estaba allí rodando otro documental sobre niñas en situación de prostitución con el salesiano argentino Jorge Crisafulli, y me contó que también trabajaban en prisión para tratar de ayudar a los presos más desfavorecidos.
Me interesó la historia, entré con Jorge a la prisión y ahí arrancó todo.
¿Cómo definirías lo que encontraste allí dentro la primera vez que entraste? Todas las referencias palidecerían ante la realidad…
Es como retroceder muchísimo en el tiempo y caer en una gruta, en una caverna. A veces le encuentro ciertas similitudes con ‘Minerita’. Para esta película entramos en las entrañas de una gran montaña, y esta vez, en “El infierno”, nos hemos adentrado en las profundidades de la desolación. Sientes todo el peso de la presión que allí se vive, un ambiente muy agobiante, porque, nada más poner un pie dentro, sientes la desesperación de los presos.
La primera vez entré sin cámara junto a Jorge Crisafulli, y nunca había visto algo así. La situación de los presos era extrema: algunos famélicos, pesando 36 kg… Era una cosa muy impresionante, y te llaman la atención la desesperación, los rostros, las enfermedades, cómo se abalanzaban hacia Jorge en busca de ayuda…
Me quedé bastante impresionado, y varios días después accedimos a la cárcel, ya con las cámaras.
Cuando os vieron con las cámaras, ¿qué buscaban los reclusos en vosotros?
Creo que su expectativa inmediata era poder formar parte del grupo privilegiado que accede a la ayuda proporcionada por el grupo Don Bosco Zambul que desarrolla Jorge. Ellos proporcionan a los presos más fastidiados una alimentación extra, servicio sanitario, acceso a biblioteca y demás.
Además, también éramos una especie de atracción en una vida marcada por la desidia y la rutina. Hubo un momento en el que el guardia que estaba con nosotros se despistó, y ahí sí se desató toda la rabia que acumulan: pidieron libertad, y bramaron ante la cámara con la intención de que se conozca su caso.
Hay gente que lleva un montón de años preso y no ha pasado por un juez, hay mucho inocente, es una cárcel de adultos en la que hay menores. Sierra Leona es un poco el país del revés, en el que tienes que demostrar tu inocencia, no tu culpabilidad. Hay gente que está ahí por apodarse igual que el presunto asesino, no hay crimen sin detenido y siempre acaban haciendo responsable a alguien. Es un lugar muy grotesco, en el que no es difícil caer.
Hay niños de la calle asediados por la policía a los que envían a Pademba por haberlos visto vagabundeando dos veces por el mismo lugar. Les acusan de frequency.
¿Qué actitud os encontrasteis por parte de la administración de la prisión? Llama la atención que accedan a mostrar tal lugar.
Supongo que para ellos no es algo tan grave, desde el momento que acceden a mostrarlo. El mérito de entrar y obtener el permiso para grabar es de Jorge Crisafulli, cuyo trabajo le ha generado el respeto de esa cárcel.
Lo cierto es que gracias a él y a los salesianos mucha gente sobrevive. Pagan fianzas y abogados a los menores, llevan comida diaria, han hecho llegar el agua potable a la prisión, hacen labores de enfermería… A la administración le supone una ayuda que exista Don Bosco Zambul.
Tienen una relación muy cercana con Jorge, y esa es la razón por la que creo que nos han permitido acceder.
Chennu, la luz del documental "El infierno"
Chennu es el hilo conductor del documental y el único rayo de esperanza en el mismo. ¿Cómo fue vuestra relación con él?
No creo que hubiera hecho esta película sin la existencia de Chennu. La primera vez que entramos a la cárcel accedimos a las cloacas del sistema penitenciario de Sierra Leona, pero yo no quería indagar en la depravación, en la miseria. Huía de ese voyeurismo extremo, y llegar allí y filmar eso no era una película.
Necesitaba contarla desde un ángulo vitalista, y así conocimos a Chennu. Trabajaba junto a Jorge, y un día nos acompañó a llevar bultos y demás a la cárcel, y me dijo que había estado allí.
Ahora es voluntario y trabaja con la gente que está pasando lo mismo que él sufrió. Vuelve casi a diario, sin sueldo, para ayudar a otros, y me pareció encontrar en él a un héroe, un ángel en las tinieblas: da consejo, ánimo, reparte comida, juega al fútbol, paga fianzas de su propio sueldo.
El documental, al igual que “Minerita”, es muy seco, crudo y sin artificios, y golpea al espectador. ¿Dirías que has desarrollado un estilo personal en tus trabajos documentales o te adecúas a la historia?
No sé. Mucha gente me ha dicho que cuando ve alguna de mis películas sabe que es mía, y eso me hace ilusión. Te dice que existe un sello o una marca detrás. No tengo un interés especial en crearlo, pero creo que sí existe.
Es verdad que tanto “Minerita” como “El infierno” son muy duros, pero “Nomadak” no tiene ese tono tan crudo, como tampoco lo tiene “Un día más con vida”.
Supongo que me adecúo a cada historia y busco en ella mi camino, pero sí reconozco que en mis trabajos se puede reconocer que es el mismo autor y me parece que está bien.
Has empleado dos años en la grabación de “El infierno”. ¿Cómo afecta a nivel mental convivir durante tanto tiempo con la enfermedad, la miseria, la indignidad y la injusticia?
Ha sido difícil. Siempre te traes algo de mochila de estos viajes, pero en este caso sí ha sido la película que más me ha tocado. La primera vez que entré en la cárcel salí en shock, y por las noches no podía dormir: vivía a un kilómetro de la cárcel, y no podía dejar de pensar en el ritual macabro de los abusos que comenzaba al caer la noche.
Lo más evidente fue que al volver del primer rodaje intenté entrar directo a sala de montaje para aprovechar toda la energía que traes, y era imposible. Abría las imágenes, y me volvía el olor de allí dentro. No podía sentarme a editar, los colores ocres de tierra me agobiaban mucho y tenía que dejarlo. Nunca me había pasado antes.
Tuve que dejar un tiempo el material reposando, y también me ayudó mucho poner el foco en Chennu, que él fuera el protagonista y escribir el guion basado en él. La historia se abrió y con él entró la luz.
¿Ha visto Chennu la película?
Sí, nos hemos hecho buenos amigos. Hemos estado intentando por todos los medios que viniera a la ceremonia de los Goya, pero no ha sido posible. Necesitaba un visado, pero tiene antecedentes penales tras estar en la cárcel, y nos topamos con la burocracia.
La ha visto y le encanta. Seguimos vacilando con él y otros colegas de allí en un grupo de Whatsapp. Es más, volveremos pronto, y esperamos que esto pueda ser la semilla de una película de ficción basada en su vida y en la de otras personas.
Has ganado dos premios Goya, un premio del cine europeo, nominación a los Óscar, vuelves a estar nominados en los Goya… ¿Qué crees que le ofrece a una película ser premiada?
Como autor, supone un reconocimiento, y sería un mentiroso si te diría que no me importan. Los valoro mucho, y creo que ponen las historias donde se merecen, para que muchas personas las conozcan.
Además, para mí, para Amaia y para Kanaki Films suponen un aval para nuestras siguientes historias, entre otras cosas, de cara a las instituciones. El Gobierno Vasco nos ha apoyado prácticamente siempre, ETB lo ha hecho en “Nomadak” y “Un día más con vida”… Supongo que de cara a nuestros financiadores tiene un valor que nuestras historias se estrenen en Cannes o ganen un premio al cine europeo.