Entrevista a Stuart Franklin
'Con el World Press Photo 2017 dimos más publicidad a los terroristas'
Leire Etxazarra | eitb.eus
El expresidente de la agencia Magnum votó en contra de la foto del asesinato del embajador ruso en Turquía. De esta polémica y del fotoperiodismo en general hablamos con él en su visita a Bilbao.
No es habitual que el presidente del jurado del World Press Photo vote en contra de la fotografía premiada y mucho menos que haga público su desacuerdo publicando un artículo en un medio de comunicación. Stuart Franklin lo hizo el pasado mes de febrero en The Guardian.
A este inglés de 61 años no le falta autoridad para hablar de fotografía. Miembro de la agencia Magnum desde los años 80, fue su presidente entre 2006 y 2009, y suya es una de las fotos icónicas del siglo XX, la del hombre enfrentándose a una hilera de tanques en la plaza de Tiannamén. Afable, cercano y buen conversador, también ha cubierto conflictos en el Líbano, Beirut o Nicaragua, la hambruna en África y ha fotografiado tragedias como la del estadio de Heysel.
Franklin ha visitado Bilbao para impartir un taller invitado por la escuela de fotografía documental Blackkamera.
¿Sigue molesto por la elección del World Press Photo de este año?
Yo voté en contra, y lo hice por razones éticas. El fotoperiodismo tiene un código ético y en uno de los puntos se dice que no hay que dejarse manipular por sucesos escenificados. El asesinato del embajador ruso en Ankara fue una escenificación hecha a propósito para los medios de comunicación. Esa foto es tan problemática moralmente como publicar las decapitaciones llevadas a cabo por los terroristas.
Se dijo que Burhan Ozbilici, el autor de la imagen, era un héroe por haber tenido el temple de sacar la foto en una situación así.
No digo que el fotógrafo no tenga que ver reconocido su mérito, su actitud fue heroica, pero no es eso lo que se cuestiona. El problema está en premiar una imagen que muestra un asesinato premeditado, escenificado en una rueda de prensa para obtener mayor repercusión. Al premiarla, dimos más publicidad al mensaje de los terroristas.
Usted votó en contra de premiar a esa foto. ¿Hubo discusión entre los miembros de jurado?
Lo que peor me sentó fue que dijeran que la decisión había sido unánime, cuando no fue así. Y que se cambiaran las reglas para que esa foto fuera elegida. Para premiar una foto, tiene que haber una mayoría absoluta de 7-2. La votación estaba 5-4, y hubo presiones para que algunos miembros cambiaran su voto, presionaron de forma muy poco elegante, y al final cambiaron las reglas para que ese 5-4 fuera suficiente. Me cabreó que cambiaran las reglas, el secretismo que hubo en torno a ello y que dijeran que la decisión había sido unánime. Por eso escribí aquel artículo en The Guardian explicando mi voto en contra.
El fotoperiodismo ha sido una de sus pasiones, ¿cómo comezó en él?
La verdad es que al principio no me interesaba mucho el fotoperiodismo. Pero empecé a trabajar para Sunday Times Magazine y después para la agencia Sygma en París. Allí veía llegar a mis compañeros con sus mochilas y cubiertos de polvo de sus viajes y comencé a tener mis primeros encargos. Y se volvió adictivo.
¿Por qué adictivo?
El fotoperiodismo es adictivo porque crees que puedes cambiar el mundo, y quieres hacerlo, pero sales ahí y la mayoría de las veces tus fotos son una mierda, nunca vas a cambiar nada. La adicción viene de querer hacerlo cada vez mejor, de que tus fotos sean cada vez mejores y que lleguen a arrojar luz sobre las situaciones horribles que vive la gente en Gaza, por citar un ejemplo. La adicción viene también de querer ser mejor comunicador, de querer llegar a la esencia de la historia que quieres contar.
¿Hasta qué punto tiene que involucrarse un fotógrafo en aquello que fotografía?
Tiene que hacerlo, sobre todo en el campo de la fotografía documental. Aquí no hay atajos, para hacer un buen trabajo hay que acercarse al sujeto, conocerlo, hablar con él… Por ejemplo, en España se han hecho trabajos sobre el tema de los desahucios. No puedes cubrir bien una historia así yendo con la policía, fotografiando durante un par de horas y marchándote cuando la policía se va. Tienes que entender por lo que esa gente está pasando, ver lo que se siente al estar en su situación, vivirlo, y no mirarlo todo a través de los ojos de quien acaba de llegar. Hay que pensar bien las historias y usar la empatía.
¿Qué opinión tiene de las críticas a los periodistas de guerra por no ayudar a las víctimas del conflicto?
La mayoría de los fotógrafos que conozco ayudan a la gente. Si hay heridos, los llevan en sus coches al hospital. Eso nos ha pasado a todos. Pero para la gente sentada cómodamente en su salón es muy fácil juzgar sin pensar. Habría que llevarles al lugar de la foto para que entonces pudieran juzgar. Los fotoperiodistas son muy buena gente y hacen lo que está en su mano para ayudar siempre que pueden. Esa es mi experiencia.
¿Cómo afectan esas críticas al ejercicio de la profesión?
Muchos fotoperiodistas, por ejemplo, no explican el contexto en el que tomaron las fotos, y no lo hacen por miedo a las críticas. Ahi está James Nachtwey, que se niega a hablar de sus fotos, de cómo las tomó, y es una pena, porque ese contexto subjetivo es importante a la hora de entender una imagen y una situación.
¿Se busca demasiado la imagen icónica, aquella que haga historia?
Las imágenes icónicas tienen un problema y es que acaban desligándose del contexto en el que fueron tomadas, y no deberían universalizarse ni sacar de su contexto. Por ejemplo, miras mi foto del hombre frente a los tanques en Tiananmén y ves que se ha convertido en un símbolo de la resistencia, pero no recuerdas que poco antes, a escasos metros de allí, el ejercitó tiroteó y mató a cientos de civiles.
Por último, ¿qué consejo daría a aquellos que quieren dedicarse a la fotografía?
Que se centren en temas con los que se sientan comprometidos, al menos en el caso de la fotografía documental. También hay que ser curiosos para poder analizar y leer bien una situación. Esto último es muy importante en el fotoperiodismo, porque si no eres curioso, nunca tendrás preguntas que hacer. Asimismo, hay que saber ponerse en el lugar del otro para que tus lectores también puedan hacerlo. Y esa es, precisamente, la clave de una buena historia.