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Análisis

ETA escenifica el desarme

Iñigo Herce

Redacción

El anuncio del inicio de desarme de ETA deja un poso de decepción en quienes esperaban un anuncio de una mayor contundencia, pero abre de facto un proceso que debe culminar con la disolución total.

El anuncio de ETA, no por esperado ni anunciado, tiene menor trascendencia. Desde que hace dos años y cuatro meses anunciara el fin de la violencia, muchos son los hitos que han ido consolidando el camino hacia la desaparición definitiva del terrorismo. Este paso, aunque simbólico y cuantitativamente pequeño, apunta en esa misma dirección.

Una vez conocido el alcance de la decisión, las expectativas iniciales se han rebajado. Quienes ven la botella medio llena, eso sí, subrayan que es el primer paso de un proceso que terminará con el desarme total; quienes la ven medio vacía, no ocultan su frustración por la escasa cantidad de armas entregada.

Buena parte de la sociedad y de los partidos vascos reclaman sin embargo que, junto a los pasos que está dando, ETA reconozca el daño causado y pida perdón a las víctimas. Sólo sobre esta última piedra se podrá construir de verdad un proceso definitivo que cierre esta página negra.

Los diferentes pronunciamientos tanto de ETA como de su colectivo de presos reafirmando el compromiso de cese definitivo de la violencia dejaban pocas dudas sobre la irreversibilidad del camino emprendido. El comunicado del 28 de diciembre, en el que los reclusos anunciaban la asunción de la hasta entonces rechazada legalidad y de las salidas individuales, y el anuncio de comienzo del desarme garantizado por los verificadores internacionales remachan un guión escrito y trabajado durante meses.

El movimiento de la ficha del desarme sobre el tablero del final de la violencia confirma que, pese a las resistencias, finalmente ETA ha asumido que sólo la vía unilateral sin contrapartidas por parte del Gobierno español pueden hacer variar el marco de juego. El Gobierno de Mariano Rajoy ha sido fiel a la estrategia diseñada desde un principio: firmeza sin resquicios de esperanza como palanca para emplazar a ETA a dar pasos unilaterales. A la vista de los hechos, parece que el Ejecutivo puede esgrimir que su propuesta ha obtenido los resultados pretendidos.

La cuestión es qué hacer a partir de ahora. Mantener la misma posición de rechazo a cualquier avance, pretendiendo que nada ha cambiado, resulta difícilmente sostenible. Quizá en la España de la Gran Depresión la cuestión del final de ETA no esté las prioridades de los ciudadanos ni de un Gobierno asediado por la crisis, pero la responsabilidad de poner cerrar definitivamente esta página trasciende toda consideración de oportunidad. Junto a ello, también desde el ámbito internacional la inacción del Gobierno tiene difícil justificación. La única respuesta a la concatenación de pasos no puede ser en adelante la no respuesta.