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Álvaro Arbina

'Las txalupas vascas eran los coches de carreras del siglo XVI'

Álvaro Arbina nos habla de los balleneros vascos que viajaban hasta Islandia, pasando por el archipiélago de Svalbard, a escasos 10 grados del Polo Norte, y por Terranova.

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En 'Boulevard Maginez' Álvaro Arbina nos acerca la historia de la masacre de los balleneros vascos en los fiordos de Islandia. Aquel remoto y trágico suceso de 1615, la mayor masacre de la historia de Islandia, 32 balleneros que sufrieron un naufragio y quedaron varados en una bahía inhóspita, sin ropa ni víveres ni medios para protegerse del largo invierno ártico que estaba a punto de llegar. El rey danés Cristian IV promulgó una ley promulgó una ley que permitía matar vascos en los Fiordos Occidentales de Islandia y se la hizo cumplir al jefe de la región, para que persiguieran a los naufragados vascos por toda la isla, los mataran y exhibieran sus cadáveres antes de arrojarlos al mar.

Lo más curioso de este suceso histórico, es que nadie se acordó de derogar la ley de Cristian IV hasta hace tan solo tres años. El 22 de abril de 2015 se celebró una ceremonia de reconciliación en el pueblo de Hólmavik, a orillas del fiordo en el que se hundieron los tres galeones vascos. Colocaron una placa en una roca volcánica, las autoridades islandesas y guipuzcoanas dieron sus discursos, un descendiente de los asesinos y otro de los asesinados se abrazaron, luego leyeron poemas, escucharon música, visitaron un yacimiento arqueológico. Animado por el buen ambiente, el señor Jónas Gudmundsson, presidente actual del distrito de los Fiordos Occidentales, anunció la buena noticia: queda derogada la ley que permitía asesinar vascos. Luego aclaró que era una broma. Vamos, que antes tampoco se podía, que en Islandia tienen leyes que prohíben asesinar a personas en general, vascos en particular. Pero que la orden de 1615 estaba ahí.

Hay cientos de testimonios de esta actividad que extendió sus tentáculos por el mundo. Se sabe de presencia vasca en las costas de Red Bay, en Terranova, donde hoy en día se dice que las txalupas vascas eran los coches de carreras del siglo XVI. O en las islas francesas de Sant Pierre de Miquelon, donde el frances que se habla es idéntico al de Iparralde. O incluso en los mares más sureños de Brasil, donde los marinos vascos desempeñaron un papel crucial en su industria ballenera de periodos colonial.

No es tan conocido, sin embargo, los límites de latitud de la exploración ballenera vasca, que fue mucho más allá de Islandia y Terranova, llegando más al norte incluso que las primeras costas de Groenlandia, casi hasta el punto más ártico del planeta, unas islas remotas, de dominio noruego, con el nombre de el archipiélago de Svalbard.

Se sitúan en la confluencia del océano Ártico, el mar de Barents y el mar de Groenlandia. Si se observa la posición geográfica de estas islas, que están a escasos 10 grados del Polo Norte, descubrirá indicaciones toponímicas muy sorprendentes: Biscayarfonna Biscayarhalvøya Biscayarhuken.

La razón de todo esto, más allá de la fama de grandes marinos que teníamos, tuvo como nombre a Jens Munk, el navegante y explorador noruego-danés al servicio de Christian IV de Dinamarca. Así que volvemos a este monarca hacedor de leyes mortales para vascos, que por un lado ordenaba masacres, y por el otro permitía el contrato de nuestros antepasados balleneros para explotar regiones como la de Svalbard, donde había numerosos avistamientos de ballenas. Así que Jens Munk, con el asentimiento del monarca y viendo el potencial económico que podría suponer la industria ballenera, contrató a navíos vascos, con tripulaciones vascas, para la caza de la ballena en el archipiélago de Svalbard. Para aclararnos, estamos en la primavera de 1617, dos años después de la masacre Islandesa.

La tradición y la necesidad impulsaron a los vascos de las poblaciones marineras a fijarse en unos grandes seres que, desde la antigüedad, se acercaban periódicamente a la costa: las ballenas. Y, en concreto, a la que se conoció como la ballena vasca o ballena franca, en Euskadi conocida como 'ballena sarda'. Entre noviembre y marzo hacían su aparición, época de sus partos. Y en cuanto a su caza, la ballena vasca gozaba de varias ventajas: se aproximaba mucho a la costa, era lenta en sus desplazamientos y al morir arponeada flotaba, por su alto contenido en grasa que, tras la carne, era el principal aprovechamiento de la ballena. Desde atalayas situadas junto a la costa los vascos oteaban el mar, y cuando distinguían los chorros de vapor de las ballenas, encendían grandes hogueras como señal, a cuyo reclamo los marineros echaban al mar las chalupas para comenzar la persecución. Había prisas: aunque partían las chalupas de varios puertos, los primeros en arponear al cetáceo tenían prioridad para el reparto, así como una prima para los vigías.

La primera cita 'oficial' de vascos en Terranova se refiere a 1531, pero por diversas vagas menciones y restos arqueológicos se sospecha que ya andaban por ahí en los años 1375 y 1412, unos cuantos años antes, por tanto, del descubrimiento oficial de América por Cristóbal Colón. Incluso se aventura que los vascos ya cazaban ballenas en las costas de la isla de Terranova y de la península del Labrador unos cien años antes. El motivo de ese 'secretismo' es muy claro: los exploradores necesitan hacer públicos sus descubrimientos de cara a reclamar derechos de posesión de las tierras descubiertas. Los pescadores, por el contrario, son muy reacios a contar dónde encuentran sus mejores presas, por aquello de evitar competencia.

La presencia de los vascos en Terranova y la península del Labrador está confirmada por restos arqueológicos de varios asentamientos permanentes en la costa, donde los arrantzales procesaban las ballenas capturadas y cocían en grandes hornos la grasa para extraer el saín, que a su vez guardaban en barriles para su transporte. El saín se usaba sobre todo para las lámparas, debido a que no producían humo ni mal olor. De las ballenas se aprovechaba todo. Cuando se cazaban en las costas del Cantábrico la carne era muy valorada, aunque en las lejanas factorías de Terranova no valía más que para el consumo local de los pescadores o para intercambio con los indios. La lengua, muy apreciada, si se podía se salaba para que aguantase más tiempo. Las barbas, con las que las ballenas filtran el plancton o los pescados pequeños de que se alimentan, eran utilizadas para corsés, vestidos o abanicos. Y los largos huesos de las mandíbulas se aprovechaban para hacer jambas, para las puertas.

Si cerca de los puertos la persecución se hacía con txalupas o traineras, siempre a la vista de la costa, la travesía del Atlántico era toda una aventura. Se calcula que partían a Terranova de 15 a 20 barcos cada verano, y que volvían ya en otoño cargados con barriles llenos de saín en sus bodegas, en total unos 9.000 barriles del preciado aceite. Asimismo se calcula una cifra aproximada de entre 25.000 y 40.000 ballenas tan solo entre los años de 1530 y 1610.

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