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Álvaro Arbina

Horacio Echevarrieta, el "ciudadano Kane" vasco

EITB Media

Nueva edición de “El armario del tiempo” y el pasaje nos traslada a la primera mitad del siglo XX siguiendo los pasos del empresario vizcaíno Horacio Echevarrieta.

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El escritor Álvaro Arbina nos habla de Horacio Echevarrieta, una persona clave en la España de principios del siglo XX, comparable en muchos sentidos con el norteamericano William Randolph Hearst, que tan bien retrató Orson Welles en su película Ciudadano Kane. El caso de Horacio Echevarrieta no es único en la historia. Alguien que lo fue todo, que tuvo el mundo en sus manos, y que finalmente lo perdió por una suerte de coincidencias, empeños equivocados y falta de adaptación a los nuevos tiempos. Y así pasó de la gloria al olvido, hasta convertirse en un nombre que hoy sólo conocen algunos expertos e historiadores. Su huella en la historia fue tal que hace poco salió un libro sobre él con el título de Las 150 vidas de Horacio Echevarrieta, de Gonzalo Arroita, María Peraita y Javier Amezaga.

Horacio Echevarrieta nació el 15 de septiembre de 1870 en ese Bilbao industrial y proletario, y también muy insalubre. La ría era un constante vaivén de barcos de carga y así amasó una inmensa fortuna su padre, que heredó su hijo Horacio en 1903 tras su muerte. Recibió una de las mayores haciendas de la época. Tenía dos hectáreas en el Ensanche. Su herencia era tal, que podría haber vivido de las rentas el resto de su existencia. Pero no lo hizo. A partir de ese momento se metió en una empresa tras otra. 

Hay que tener en cuenta que las condiciones de trabajo en las minas eran durísimas, con jornadas de diez horas y jornales muy justos que extendían el hambre. Y claro, eso producía grandes manifestaciones, como la  gran huelga de 1910. Tras ella hubo dos empresarios bilbaínos, entre ellos el propio Echevarrieta, que apostaron por mejorar las condiciones laborales de los mineros, muy probablemente pensando en la productividad. Esta fue una de sus más importantes iniciativas. Un ejemplo de que invertir en el trabajador es hacerlo en la empresa. Y así, en apenas veinte años, supo convertir un grupo familiar en un auténtico imperio empresarial con intereses en el sector del carbón, de la electricidad, del transporte, de la inmobiliaria, de la construcción naval, de la industria militar, de la prensa… Fue el mayor magnate español en la década de los años veinte. El más conocido y envidiado. Una verdadera estrella con poder económico e influencia política, que a momentos fue aclamado por todo el país.

Echevarrieta fundó Iberia en 1927. Creó junto a Banco de Bilbao la sociedad Saltos del Duero (que con la concentración del sector eléctrico se convirtió primero en Iberduero y más tarde en la actual Iberdrola), participó de la mano de su cuñado como socio de Portland Yberia (hoy convertida en Cementos Portland), se hizo con la concesión para la construcción de la Gran Vía madrileña y se enriqueció con la venta de parte de sus edificios. Y además, fue uno de los socios fundadores de uno de los consorcios que construyó parte del Metro de Barcelona. También fue mecenas de grandes artistas de la época.

Horacio Echevarrieta era republicano. De hecho, heredó de su padre el liderazgo del republicanismo en Bizkaia. Pero con el tiempo se moderó. De hecho acabó siendo amigo del rey Alfonso XIII y también del dictador Miguel Primo de Rivera. Una amistad que nació cuando Horacio Echevarrieta protagonizó una hazaña histórica que lo convirtió en héroe nacional. Tras el desastre de Annual en 1921, fue el mediador directo con el líder rifeño Abd-El-Krim para negociar la liberación de los más de 500 soldados apresados en la batalla. Echevarrieta navegó al norte de África con uno de sus yates, negoció personalmente el modo de pago del rescate de 4 millones de pesetas y la fórmula de la liberación, y se ofreció como rehén a modo de garantía. Después regresó a España con 336 prisioneros españoles a bordo de su yate. El resto, casi 200, habían muerto durante los casi dos años de cautiverio. Horacio fue aclamado y el rey le quiso conceder un título, el del Marqués del Rescate. Pero el magnate lo rechazo por sus ideales republicanos.

Tras la Primera Guerra Mundial, las potencias europeas impusieron durísimas sanciones económicas y militares a Alemania. La principal era la imposibilidad de rearmar sus Ejércitos. Pero Alemania no se quedó de brazos cruzados. Para sortear las restricciones, Berlín puso en marcha una operación secreta para iniciar el rearme gracias a toda una trama de sociedades interpuestas radicadas en Holanda y con socios en varios países europeos que formalmente serían encargados de desarrollar prototipos con tecnología cedida por Alemania. El hombre clave en España a de esa operación secreta fue Echevarrieta. Su enlace con Berlín fue un personaje muy sombrío, llamado Wilhelm Canaris, que acabó dirigiendo la red de espías de la Alemania nazi. 

Echevarrieta vio en la trama alemana una oportunidad para convertir Astilleros de Cádiz, una de sus principales empresas, en el proveedor número uno de la Marina española. El plan pasaba por saltarse el bloqueo armamentístico y construir en sus astilleros el flamante y revolucionario submarino E-1. Un submarino, que por cierto, fue el prototipo de los famosos U-Boot de la Segunda Guerra Mundial. Y que llevaba la E en su nombre en honor a Echevarrieta. 

Para salvar los astilleros, Horacio se vio obligado a desprenderse de gran parte de su patrimonio, incluidos cuadros de Gauguin, Pissarro, Renoir y Van Gogh. Tres años después se dio un hecho insólito en su vida. Fue encarcelado por vender armas a la Revolución de Asturias. Terminada la Guerra Civil, y a pesar de su militancia republicana y de su famosa implicación directa en la Revolución de Asturias, las nuevas autoridades de la dictadura respetaron sus bienes y nunca fue detenido. Murió en 1963 a los 92 años en su mansión de Barakaldo, tras una operación de esófago de la que no se recuperó. 

Echevarrieta nunca vio contradicción alguna entre su ideología política y un elevadísimo ritmo de vida. Entre sus propiedades había dos yates, seis automóviles en una época en que estaban reservados sólo para los más ricos, una amplísima colección de arte, con obras de Goya, El Greco, Gauguin, Van Gogh, Canaletto, Pisarro, Sisley...  La familia Echevarrieta también disfrutó de palacios en Getxo, Barakaldo, Madrid y Málaga.

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