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Ciencia

Violencia de Género y Biología

Más Que Palabras

Sobre la violencia de género, de sexo o doméstica, quedan muchas incógnitas por responder. Desde un enfoque social, es un asunto de justicia, pero, también, de salud pública, con importantes influencias de y desde la estructura de la sociedad y de la cultura.

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La Organización Mundial de la Salud define la violencia de género como "todo comportamiento dentro de una relación íntima que causa un perjuicio o sufrimientos físicos, psicológicos o sexuales a personas que son parte de esa relación, e incluye actos de agresión física, coacción sexual, violencia psicológica y conductas autoritarias o tiránicas."

Aunque sabemos que los asesinatos por violencia de género cambian en la historia, en las culturas y en los pueblos, en nuestro entorno más cercano, en nuestro país, a pesar de los esfuerzos de muchas personas y de la adecuación de las leyes, el número de muertas se mantiene entre 50 y 75 por año desde más hace más de tres décadas.

En 2015, el 94.4% de las muertes por violencia de género fueron cometidas por hombres. En una revisión publicada en 2013 y para 66 países, la tasa de asesinatos de mujeres en la pareja fue seis veces mayor que la de los hombres, con el 38% para las mujeres y el 6% para los hombres.

En Estados Unidos, 20 personas por minuto sufren una agresión violenta de su pareja. El 27% de las mujeres, una de cada cuatro, y el 12% de los hombres, uno de cada diez, han sufrido violencia física o sexual por sus parejas por lo menos una vez en la vida. Este año, 2022, la OMS ha publicado una revisión que analiza datos hasta 2018 y que lidera Lynnmarie Sardinha desde Ginebra, en Suiza.

Utilizan 366 estudios con respuestas de 2 millones de mujeres de 161 países. Cubren el 90% de la población global de mujeres de 15 o más años de edad.

El 27% de las mujeres de 15 a 49 años han experimentado violencia física, sexual o ambas a la vez por parte de su pareja.

La violencia comienza a poca edad para el 24% de las mujeres de 15 a 19 años y para el 26% de 19 a 24 años. Según el mapa que se publica en este artículo, en España la violencia física, sexual o ambas afectó al 15%-19% de las mujeres de 15 a 49 años en 2018. El riesgo para las mujeres baja con la edad creciente y aumenta con la diferencia de años entre hombre y mujer en la pareja.

Y es mayor para las mujeres en parejas no establecidas respecto a las mujeres casadas. También aumenta el riesgo con la separación, sobre todo en los primeros tres meses, o en los intentos de recuperar la pareja, con la infidelidad, sea cierta o figurada, y, en general, con cualquier conflicto de la pareja.

Además influyen factores individuales y sociales como, por ejemplo, el historial de violencia del agresor o su nivel extremo de control y posesión de la pareja. O, también, el desempleo, la pobreza o el abuso de alcohol y drogas. Incluso hay casos documentados en que la pareja, hombre y mujer, acepta la violencia como una conducta habitual y, por tanto, aceptable.

En el contexto evolutivo se afirma que los homicidios de la violencia de género vienen de mecanismos específicamente diseñados por la selección natural para provocar la muerte de la pareja en determinadas circunstancias. Los beneficios de matar a la pareja pueden ser superiores a los costos de perderla y, en su caso, tener que buscar otra de igual calidad. Por ello, la selección natural premiará esta conducta con una mayor eficacia en la reproducción. Se da en contextos de infidelidad o abandono, sobre todo cuando la mujer es deseada como reproductivamente valiosa, no hay hijos en la pareja y no hay cerca parientes próximos de la mujer que la puedan ayudar.

Las ventajas evolutivas del asesinato de la pareja son, en primer lugar, que se priva a los rivales de un recurso valioso para la reproducción, que se destierra del entorno a las mujeres con más de una pareja, y que se consigue, con la violencia, una reputación que amedrenta a los rivales.

Es un proyecto diseñado y seleccionado por la evolución para que, en nuestra especie, el macho tenga éxito en la supervivencia y, sobre todo, en la reproducción. Es la base de nuestra cultura y, en último término, del patriarcado o, dicho de otra manera, del modelo de amor romántico que prevalece en las relaciones sociales, con sus componentes de control y posesión de un sexo sobre otro.

Los humanos son de las pocas especies animales cuyos machos deben hacer una fuerte inversión de recursos en sus crías. Nacen pequeñas e indefensas, en realidad prematuras, porque después crece tanto el cráneo para contener al cerebro que sería imposible el parto por el tamaño de la pelvis de la mujer. Sin embargo, los machos no saben con certeza que las crías que cuidan son suyas. Por ello, la posibilidad de invertir recursos en las crías de otros machos, en definitiva en los genes de otros, es un problema adaptativo muy serio en nuestra especie, y todo gen que provoque conductas que eviten invertir en los genes de otros, conseguirá llegar a las siguientes generaciones y será seleccionado en la población.

Para prevenir esta inversión equivocada de recursos, la evolución ha seleccionado el mecanismo adecuado en los hombres para detectar la infidelidad en la pareja. Es más, los falsos positivos, es decir, detectar infidelidad cuando no existe, mecanismo típico de los celos, tienen un menor coste evolutivo que detectar falsos negativos y no descubrir la infidelidad cuando es real. Para el hombre, la evolución ha seleccionado mecanismos que sobreestiman la posible infidelidad de la pareja. Es la violencia, incluso herir y matar por si acaso.

Es obvio que la violencia inhibe la infidelidad de la pareja. Si la infidelidad ha sido cercana en el tiempo puede llevar a la agresión sexual que, está demostrado, aumenta cuando hay celos fuertes.

Son conductas que, ahora, calificamos de horribles y aberrantes pero en absoluto son arbitrarias ni únicamente una manifestación del deseo del hombre por la dominación y control de la pareja sino, en último término, el resultado de una presión selectiva sobre nuestra especie para minimizar el riesgo de invertir recursos en los genes de otros.

 

No sabemos por qué la violencia de género es, relativamente, frecuente mientras que el asesinato de la pareja es raro. Más del 12% de las mujeres en España han sido objeto de violencia de género sexual o física en 2015. Son casi tres millones de mujeres. Y las mujeres asesinadas fueron 57 ese mismo año 2015. Entre 2005 y 2012 se tramitaron casi un millón de denuncias por violencia de género, o sea, una de cada 25 mujeres sufrió violencia.

 

Fueron algo más de 100000 los divorcios en España en 2014.

Además, según un estudio publicado en 2017, entre los jóvenes de 16 a 24 años, el sexismo y la violencia de género están muy presentes. El 38% de las mujeres de esa edad, residentes en España y que tienen o han tenido pareja, han sufrido violencia psicológica. Incluso en las jóvenes de 16 y 17 años el porcentaje llega al 42.6%. Parece que estos jóvenes rechazan mayoritariamente la violencia física, pero aceptan, incluso normalizan y no dan importancia a conductas menos extremas.

Resultados diferentes aparecen en el estudio publicado en 2015 por el grupo de Javier López-Cepero, de la Universidad de Sevilla, con 3087 estudiantes que declararon tener pareja, con una media de edad de 19.7 años y el 63% son mujeres. El 6.6% de los hombres y el 2.3% de las mujeres aseguran haber sufrido violencia física. Es un resultado diferente pues son más hombres que mujeres.

Mucho nos falta por aprender sobre cómo integrar en la violencia de género el contexto social y cultural, así como la personalidad fisiológica y psicológica de hombres y mujeres en la pareja actual, quizá muy diferente todo ello de la pareja de nuestros antecesores, aquellos que evolucionaron durante miles de años para llegar a lo que ahora somos y que, me temo, no es de mucha utilidad. Por ejemplo, está muy difundido el tópico de que quien mata a su pareja está loco o borracho.

Pero, de los condenados en este país por violencia doméstica entre 2001 y 2005, solo el 5.4% tuvo como atenuante alguna alteración psíquica, y un 3.4% el alcohol o las drogas.

Más que el alcohol parece que es el abuso de drogas como anfetaminas, cocaína o marihuana, según las conclusiones del meta-análisis de Bryan Cafferky y su grupo, de la Universidad de Loma Linda, en California, después de revisar 285 estudios publicados.

 

Sin embargo, los tratamientos habituales para hombres con historial de abuso de drogas y de violencia de género, los ataques sexuales no disminuyen según el meta-análisis de 13 estudios publicados.

Se publicó en 2021 desde la Universidad de Worcester, en Inglaterra. Los autores terminan su estudio pidiendo más investigación sobre la relación entre el uso de drogas, incluyendo el alcohol, y la violencia de género. En los estudios revisados, las drogas que se citan son alcohol, cocaína, cannabis, y otras drogas ilegales.

También, y con efectos poco conocidos, actúan las hormonas.

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