ALAVA MEDIEVAL
Las guerras de los banderizos afectaron a todo el territorio vasco
MAI
Isasel Mellén, de la Asociación Álava Medieval-Erdi Aroko Araba, nos narra el origen de las guerras de banderizos y su final tras decenios de desangrar territorio vasco
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Nos vamos al año 1476 a Muskiz, en Vizcaya. Concretamente al último piso de la torre de Muñatones, que todavía se conserva en pie. Allí vemos a un anciano cautivo, prisionero en su propia casa. Se trata de Lope García de Salazar, uno de los grandes señores feudales del momento del País Vasco. Se encuentra prisionero a manos de sus propios hijos. Tratan de que Lope García de Salazar renuncie al mayorazgo, es decir, a todas sus tierras y propiedades, y a todo el poder que ostentaba para que recayese en sus hijos. Su mujer, doña Juana de Butrón, también es cómplice de este encierro. Motivos de enfado no le faltan. A los múltiples hijos bastardos que fue dejando su marido a lo largo de su dilatada vida, se sumaba que a sus setenta años Lope García de Salazar vivía en la casa familiar con siete mancebas o amantes.
Lope García de Salazar no había sido precisamente un ejemplo de virtud durante su vida. A los 16 años ya había tomado las armas y había matado por primera vez, y a partir de ahí tuvo una amplia carrera dedicada a la extorsión, el asesinato, la guerra y la violencia en todas sus formas. Acostumbraba a tomar por la fuerza todo lo que quería, fuese tierras, poder o mujeres. Este carácter cruel y déspota era común a los nobles del siglo XIV y parte del contexto que le tocó vivir a Lope García de Salazar. Por ello no es de extrañar que su final también fuera en la misma línea. Después de varios intentos de fuga de su prisión en la torre de Muñatones finalmente murió a manos de sus propios hijos, que le suministraron unas hierbas venenosas.
Este personaje nos da el ejemplo paradigmático del comportamiento de la mayoría de muchos nobles del siglo XIV y XV, pero también nos aporta mucho más, puesto que, mientras duraron los cinco años de cautiverio en su casa-torre de Muñatones, se dedicó a escribir dos libros de carácter histórico: la Crónica de Vizcaya y el “Libro de las buenas andanzas e fortunas que fizo Lope García de Salazar”. Gracias a esta obra podemos conocer de primera mano y en boca de uno de sus principales protagonistas el período que se ha dado en llamar las guerras de banderizos.
La crisis del siglo XIV
El siglo XIV arrancó con una fuerte crisis que afectó durante gran parte de esa centuria. Ya hacia finales del siglo XIII se comienzan a percibir los primeros síntomas de malestar, que tienen que ver con la baja productividad de las tierras, con una crisis económica generalizada y con grandes epidemias y episodios de gran mortandad como la peste negra de 1348, que hicieron descender la población. Todo ello comenzó a generar ciertos problemas sociales que no sólo se cebaron con los judíos y otras minorías, sino que también contribuyeron a un clima de violencia generalizada que afectaba a todos los estratos de la sociedad. Frente a esta crisis los diversos grupos sociales buscaron estrategias para sobrevivir y para lograr unas mejores condiciones de vida. Estas estrategias alcanzarían un alto grado de violencia y de abuso en el caso de la nobleza vasca, que empleó todos los recursos que estuvieron en su mano para mantener su nivel de vida, muchas veces a costa de las clases más bajas.
Las estrategias de la nobleza ante la crisis
Los nobles rurales habían visto cómo su poder y sus recursos se habían mermado con la creación de las grandes villas fundadas en su mayoría por reyes por todo el territorio. Las villas generaban muchos beneficios debido a su dedicación al comercio internacional, mientras que los nobles dependían exclusivamente de la producción de sus tierras, cultivadas por campesinos. Durante el siglo XIV, mientras veían cómo subía la riqueza de las villas, contemplaban cómo descendían sus rentas y decidieron emprender una serie de medidas encaminadas a asentar su poder en el mundo rural y en ocasiones incluso dentro de las propias villas comerciales. En primer lugar, lograron de los reyes de castilla, tras diversos acuerdos, la confirmación de su hidalguía, es decir, de su privilegio natural a no pagar impuestos. Por otra parte, frente a la constante migración de los campesinos del mundo a las villas en busca de mejores oportunidades y de una mayor calidad de vida, obtuvieron el derecho a perseguir a los campesinos y a atarlos a sus tierras para no quedarse sin mano de obra, y además se adueñaron de tierras comunales, de bosques y de ferrerías estableciendo fuertes monopolios.
Los señoríos
Además, todos aquellos linajes que habían ayudado a Enrique II de Trastámara en sus luchas contra Pedro I por el trono castellano obtuvieron señoríos por todo el País Vasco, es decir, la mayor parte de territorios habitados que habían pertenecido a la corona, muchos de ellos además villas con privilegios, exenciones de impuestos y que habían gozado de mucha libertad, fueron entregados a manos privadas para su gestión y administración. Por ello, en estos nuevos señoríos la nobleza rural comenzó a imponer impuestos abusivos sobre la población, incluso inventándose nuevas cargas fiscales que nunca habían existido. Además, comenzaron a instaurar los primeros mayorazgos, es decir, la acumulación de toda la herencia y de todo el señorío en manos del primogénito, para asentar su poder y perpetuarlo mientras durase su linaje. Toda esta situación generó un profundo malestar entre las “gentes del común”, que veían cómo sus antiguos derechos y privilegios se perdían frente al poder personal y sin garantías de un señor feudal. Por ello enseguida se notaron las primeras resistencias en las villas y muchos de sus habitantes no reconocieron jamás el poder de su señor. Incluso en algunas zonas los propios vecinos iniciaron largos pleitos para librarse del noble que les habían impuesto, llegando a alargarse estos juicios varias generaciones.
Los parientes mayores y las guerras de banderizos
Pero estos señores feudales no sólo imponían su poder por la fuerza a sus nuevos súbditos, sino que además luchaban entre sí para tratar de extender su poder, su linaje y sus tierras. De esta forma se generó un clima de violencia perpetua entre familias que condujo a lo que se conoce como guerra de bandos o de banderizos. Los diferentes linajes se alinearon en cada zona del País Vasco en torno a un líder, al que llamaban Pariente Mayor. A él le obedecían como vasallos y le juraban lealtad. En caso de batalla o combate abierto contra otra familia o linaje, acudían como soldados, y además eran cómplices de todos aquellos crímenes que ordenase el pariente mayor. Y hablamos de crímenes porque en ocasiones estos nobles actuaban como verdaderas bandas de mafiosos dedicados a la extorsión, a las vendettas o venganzas entre linajes, a los atentados contra la vida y los bienes no sólo de otros nobles, sino también de las gentes del común. En ocasiones organizaban bandas de cuatreros que se dedicaban a asaltar caminos y robar a los viajeros, o también eran responsables del robo de ganado y de la cosecha de los pequeños labradores.
La formación de las Hermandades como defensa
Ante este clima de guerra constante y para enfrentarse a los interminables abusos por parte de la nobleza que sufrían todos los estratos de la sociedad medieval, se fueron creando las hermandades, que eran agrupaciones de vecinos de aldeas y villas que se aunaban para hacer frente a estas amenazas constantes. La vía principal que exploraron estas hermandades fue la vía judicial. Se enfrentaban a estos nobles en juicios y buscando soluciones legales y el favor real para lograr mantenerlos bajo control, aunque en algunos casos extremos se llegó a atentar contra la vida de algún noble. Esto sucedió, por ejemplo, en el caso de Juan de Lazcano, que murió cuando se asomó a una ventana de su casa de Contrasta para hablar con un conjunto de gentes que se le oponían. En cuanto vieron que asomaba la cabeza le lanzaron flechas, causándole una herida mortal en la garganta.
Las hermandades se fueron consolidando y haciendo más estables en este clima constante de violencia, dado que la unión de municipios podía hacer frente a estas amenazas y cualquier vecino en caso de necesidad podía ser defendido por ellas. Estas reuniones de hermandades irían agrupando cada vez más concejos y municipios hasta configurar los inicios de las primeras Juntas Generales de las provincias. Por ello, las hermandades se consideran los orígenes de las actuales diputaciones de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. De ahí también que en el escudo de Álava encontremos la frase “en aumento de la justicia contra malhechores”.