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Alfonso X el sabio

Alfonso X el sabio y su impronta cultural en Álava

La ciudad de Vitoria fue en 1276 sede de la corte del rey Alfonso X el sabio. Su impronta cultural y religiosa se deja sentir en Alava. Algunas de sus cantigas, reflejan hechos acontecidos en Gasteiz.

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La milagrosa curación de Alfonso X

Nos vamos a la Vitoria del año 1276. Nos situamos en el desaparecido palacio del rey castellano Alfonso X el Sabio, donde ahora mismo se encuentra su corte itinerante. Su estancia en la villa de Vitoria, que iba a ser breve, lleva ya unos cuantos meses de demora, y es que el monarca ha caído presa de una grave enfermedad crónica. No es la primera vez que sufre estos reveses en su salud, pero sí que es una de las recaídas más duras que ha tenido en sus cincuenta y cinco años de edad. Además, la enfermedad ha llegado en el momento menos indicado, tras la muerte de su heredero Fernando y de su hija Leonor, lo cual ha causado un terremoto político que desembocará en una crisis sucesoria que incluso llegará a dirimirse mediante conflictos armados. Por otra parte, su sueño de ser emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, por el que tantos años luchó, finalmente se había evaporado y, además, la mitad de la nobleza estaba en contra de sus innovadoras medidas políticas. Alfonso X el Sabio no atravesaba precisamente uno de sus mejores momentos.

Encamado, con intensos dolores, siguió gobernando desde su residencia vitoriana, atendiendo embajadores, resolviendo problemas políticos e incluso firmando complejos tratados de paz con sus enemigos. A su lado estaban sus físicos o médicos de confianza, los mejores que se podían encontrar en la Europa medieval y que viajaban con su corte para atender las necesidades del rey. Eran los máximos expertos en la ciencia de las piedras, conocedores de las propiedades mágicas de las gemas y rocas que, a modo de talismanes, aplicaban sobre el cuerpo del monarca para buscar su curación, conjurando así las fuerzas del cosmos para sanar al enfermo. Nada surte efecto.

Alfonso X, desesperado, piensa que ya sólo le queda una última oportunidad de salvación. Únicamente un milagro podría devolverle la salud, así que se encomienda a la Virgen para que le libre de la muerte. Su devoción hacia María es fuerte, hasta el punto de que le había prometido a la Virgen años atrás que dejaría sus vicios de juventud a un lado y que se convertiría en trovador para cantar sus alabanzas hacia ella y narrar sus milagros. Fruto de aquel esfuerzo poético, Alfonso X el Sabio había creado sus famosas Cantigas de Santa María, en las que se cuentan hasta cuatrocientos veintisiete hechos milagrosos atribuidos a la Virgen por toda la península ibérica. En el momento de su enfermedad, el proyecto de las Cantigas se encontraba a la mitad, y únicamente se habían escrito y musicado doscientos poemas. Aún así, el rey solicitó, en el que pensaba que sería su lecho de muerte, un ejemplar de este libro, que le fue llevado de inmediato. Escuchemos el propio testimonio de Alfonso X el Sabio sobre lo que ocurrió a continuación.

“Por eso os diré lo que me pasó cuando yacía en Vitoria tan enfermo que todos creían que iba a morir allí y no esperaban nada bueno de mí, pues me dio tal dolor que yo mismo creí que era mortal y clamaba: “Santa María, ayúdame, y con tu poder extirpa este mal”. Los médicos mandaron ponerme paños calientes, pero yo los rechacé y, en cambio, hice traer el libro de Ella; me lo pusieron y pronto me calmé, dejé de gritar y de sentir dolor y al poco tiempo me encontré muy bien, por lo que le di las gracias, que tengo para mí que le disgustan mis males. Cuando ocurrió esto había allí muchos que demostraron gran pesar por mi dolencia echándose a llorar apiñados todos a mi alrededor”.

Esta curación del rey Sabio por mano de Santa María que tuvo lugar en Vitoria automáticamente se convirtió en una de las Cantigas, la número 209, considerándose un milagro más de la Virgen. El impacto que tuvo que causar la noticia de que el propio rey había sido curado por medio de la Virgen María en la ciudad tuvo que ser muy fuerte, dejando una impronta religiosa y cultural en toda la provincia de la que todavía nos quedan muchísimas evidencias.

El rey sabio

Pocos reyes han dejado en nuestro territorio una huella tan honda como Alfonso X el Sabio. No sólo por la cantidad de villas que fundó en Álava, concretamente ocho, sino también desde el punto de vista cultural. Su apelativo de rey sabio no es en vano, ya que fue uno de los principales intelectuales de su época. Este interés por el conocimiento le vino de su madre, Beatriz de Suabia, una auténtica erudita de elevada formación que le transmitió esta pasión a su hijo. Ya desde antes de ser coronado rey de Castilla, Alfonso se rodeó de trovadores y músicos de prestigio, mandando escribir algunas cantigas o poemas cantados. Ordenó también traducir obras clásicas o escribir compendios científicos de la época. A él se le deben obras de astronomía como las Tablas Alfonsíes; de historia, como la Estoria de España; jurídicas, como las Siete Partidas; también mandó escribir sobre las propiedades de los minerales, que se recogen en su Lapidario; o incluso un tratado sobre temas lúdicos, su famoso Libro de los juegos, donde nos habla del ajedrez o de los dados. Incluso fundó la Escuela de Traductores de Toledo, institución fundamental para la historia cultural europea, ya que se tradujeron allí por primera vez textos clásicos de filosofía griega, como los de Aristóteles, que fueron fundamentales para el pensamiento medieval y también posterior.

Además, Alfonso X el Sabio va a estar muy interesado en la magia, que era un saber muy prestigioso en la Edad Media. La magia en esta época no tenía nada que ver con hacer trucos ni con convocar a los espíritus, sino que se basaba en la naturaleza. Se creía que algunos elementos naturales tenían propiedades que, bien empleadas, podían servir para remediar males o para un beneficio personal. Estaba muy extendido el uso de talismanes, piedras con alguna característica especial, que servían para proteger a los niños, para prevenir problemas de parto, para curar, para combatir la mala suerte… De hecho, es uno de los remedios que se aplica Alfonso X cuando está enfermo en Vitoria. También la astrología, el conocimiento del efecto que producen los astros sobre la vida de los seres humanos era otro tipo de magia muy en boga en la época medieval. Pero cuando esos conocimientos más mundanos fallaban, siempre quedaba, como hemos visto en la anécdota de la curación de Alfonso X, recurrir al poder sobrenatural de la Virgen.

Otro milagro vitoriano en las Cantigas

La curación de Alfonso X no es único milagro mariano del que tenemos noticia en Vitoria. En las Cantigas de Santa María, el rey sabio nos deja testimonio de otro hecho ocurrido en la ciudad, que tiene como escenario el desaparecido convento de San Francisco. Se trata de la Cantiga 123. En ella se nos cuenta cómo uno de los frailes cayó gravemente enfermo y, estando en la cama, a punto ya de morir, sus hermanos vieron cómo se le iba poniendo el rostro de color negro. Sin saber muy bien cómo ayudarle, los demás frailes le colocaron junto a la cama un cirio bendecido por la Virgen. Al hacerlo, la cara del hermano enfermo fue recuperando su tono habitual al mismo tiempo que la vela fue ennegreciendo. A pesar de ello, el fraile falleció. A los pocos días, el monje difunto se apareció de nuevo en el convento, frente a sus hermanos, para darles la noticia de que, mientras estaba muriendo, el rostro se le había puesto de color negro porque los demonios lo querían llevar de cabeza a los infiernos, pero finalmente, la vela bendecida por la Virgen los había ahuyentado y había logrado alcanzar los cielos.

El hecho de que hubiera en el siglo XIII dos milagros atribuidos a la Virgen en la ciudad posiblemente dejó un poso profundo en las creencias de las vitorianas y vitorianos. Es muy llamativo comprobar cómo en las iglesias góticas de la ciudad, da igual cuál fuera su advocación principal, la virgen ocupa un lugar fundamental. En la iglesia de Santa María no nos debe extrañar su presencia, pero en la iglesia de San Pedro hay una figura de la Virgen con el Niño en el parteluz y parte de su vida se cuenta en el tímpano, quitándole espacio a la vida de San Pedro. O también es muy elocuente el caso de la Virgen Blanca, una talla gótica del siglo XIV, ejecutada poco tiempo después de estos milagros que ha ido ganando fama y devoción a lo largo de los siglos en Vitoria. Se sospecha que en un principio custodiaba una de las principales entradas medievales a la ciudad, el portal de San Bartolomé, ubicado en origen en las escaleras que hoy en día hay junto al palacio de Villasuso. Sin embargo, después pasaría a ocupar distintos espacios en torno y dentro de la iglesia de San Miguel, quitándole así protagonismo al arcángel.

Las vírgenes de Alfonso X el Sabio

De hecho, no es descabellado pensar que, tanto la Virgen Blanca como algunas otras tallas marianas alavesas, puedan tener alguna relación más o menos directa con Alfonso X. De hecho, era relativamente habitual que el rey sabio donase esculturas de vírgenes a modo de exvoto a los lugares donde habían tenido lugar estas manifestaciones milagrosas. Por lo tanto, un milagro tan sonado e importante para el monarca como el de su propia curación tuvo que dejar algún rastro material en la ciudad. La figura que se cree que donó Alfonso X para conmemorar este hecho es la Virgen de la Esclavitud, una talla de pequeño tamaño pero de gran calidad que se custodia en la catedral de Santa María y que fue durante muchos siglos la figura titular del templo. Sabemos además que estuvo cubierta por un traje realizado en plata, lo cual apoya la idea de que pudo ser de patrocinio real. Tradicionalmente se ha considerado que el resto de tallas de los siglos XIII-XIV que encontramos no sólo en Álava, sino también en Navarra y La Rioja, están imitando y utilizando como modelo a esta Virgen de la Esclavitud vitoriana. Sin embargo, estas esculturas de Andra Maris o Vírgenes con Niño esconden algo más.

La política religiosa de Alfonso X el Sabio

Este tipo de figuras religiosas que comenzó a introducir el monarca castellano en nuestro territorio no eran algo precisamente habitual. Salvo la Virgen de Estíbaliz y alguna otra excepción más, la mayoría de Andra Maris que conservamos en Álava se datan en torno a finales del siglo XIII y principios del siglo XIV, coincidiendo con el período de influencia de Alfonso X el Sabio. De hecho, en las iglesias alavesas anteriores a esa fecha es muy difícil encontrar iconografía religiosa, salvo en el caso de Estíbaliz, que nació como monasterio benedictino, y el de Armentia, que era la sede de una colegiata que dependía del obispado de Calahorra. En el resto de los casos, encontramos decoración vegetal, animales tanto reales como fantásticos, personajes, escenas de la vida cotidiana… En nuestro románico hay de todo menos santos, vírgenes y escenas religiosas, que son casi una excepción en nuestro territorio. Esto nos lleva a pensar que en Álava no había una creencia hacia las imágenes religiosas, es decir, que no se tenía devoción hacia las esculturas de vírgenes, santos, crucificados… hasta que Alfonso X introdujo esta creencia a través de sus famosas tallas de Andra Maris. Fue este rey el que propagó la idea de que en estas esculturas de madera se encontraba la presencia real de la Virgen María y que, por lo tanto, había que rezar frente a ellas, hacerles donaciones y pedirles misericordia y favores. Y para llevar a cabo este cambio religioso, la estrategia que siguió fue la donar estas tallas a diferentes iglesias alavesas.

Todas estas vírgenes alfonsíes son iguales y seguramente más de alguno reconoce en esta descripción a la virgen de su pueblo. Están sobre un trono y tienen a Jesús sentado sobre su rodilla izquierda, mientras que las piernas del niño se apoyan en la pierna derecha de la Virgen, formando una diagonal. María sostiene una manzana o una flor en su mano, tiene velo y encima una corona. El vestido que asoma por debajo del manto tiene un broche circular y va adornado por una especie de collar con forma de V, mientras que los zapatos de la Virgen son puntiagudos. Estas tallas son todas calcadas, pero sólo podemos de decir de algunas, casi con total seguridad, que fueron donadas y regaladas por este rey. Son aquellas que tienen pintados, en la peana donde se sostiene el trono con la Virgen y el Niño, los escudos de Castilla y León. Algunos ejemplos bien claros son la Virgen de Tuesta, que exhibe tres escudos reales, la de Mártioda, que estuvo en la desaparecida ermita de Urrialdo, o la del antiguo despoblado de Larrara, pueblo que hubo en las inmediaciones de Alegría, cuya virgen, hoy en día custodiada en el Museo Marés de Barcelona, también tiene la heráldica de Alfonso X. Todas estas vírgenes tienen una calidad excepcional, que concuerda con la idea de que saliesen de los talleres reales, pero también existen casos muy probables de los que no se puede saber tan fácil su procedencia porque estas tallas han sufrido repintes y modificaciones posteriores. Es el caso de Andra Maris como la que hay en la iglesia de San Juan de Salvatierra, que tiene muchas probabilidades de ser un regalo de Alfonso X o la que se custodia en el convento de San Antonio de Vitoria, que procedía en origen del convento de San Francisco y que puede estar conmemorando el milagro que se narra en las Cantigas.

El rey patrón de iglesias

Además, este tipo de regalos del rey en Álava no es tan extraño, no sólo por el tiempo que pasó en nuestra provincia y por todas las políticas que desarrolló en nuestro territorio, sino también porque él mismo se consideraba patrón de muchos de nuestros templos, especialmente de los de las villas que él había fundado. En sus fueros de población muchas veces se reservaba el dominio de las iglesias para sí, con fórmulas como ésta, extraída del fuero de Salvatierra: “tengo para my e para los que reynaren después de mi en Castilla e en Leon el patronadgo de todas las yglesias de la villa y de todo su termino”. De Vitoria llegó a afirmar lo siguiente: “Las yglesias de Bitoria son mías más que ningunas yglesias del reyno que yo tengo en patronazgo”. Esto implicaba que, a efectos legales, eran de su propiedad, y en muchas ocasiones a su mano se deben sus reformas, su construcción y su decoración. Por ello, no es difícil encontrar la heráldica de Castilla y León en pilas bautismales, como la de Vírgala Mayor o la de Hueto Abajo. Pero también en capiteles, como en Okina, en piezas descontextualizadas, como pasa en la iglesia de Franco en Treviño, o incluso en pinturas murales, como las de la ermita de Urrialdo, en Mártioda, que hoy en día están desaparecidas, pero que conocemos por fotografías antiguas. En definitiva, muchas iglesias alavesas del siglo XIII llevan la marca del rey Alfonso X el Sabio.

Iglesia de San Ildefonso

Pero si hubo una iglesia que especialmente se deba a la mano de este rey preocupado por la cultura, las artes y las letras, era la de san Ildefonso. Esta iglesia, que está dedicada al santo de su mismo nombre, se encontraba hasta 1839 en el solar que hoy ocupa la residencia San Prudencio, al lado del antiguo hospicio. Este templo fue fundado por el monarca castellano en un momento ligeramente anterior al 14 de julio de 1257, fecha de la Real Cédula de Monteagudo, el documento donde aparece mencionada por primera vez. Se considera que fue la primera iglesia de estilo gótico de Vitoria, puesto que todas las iglesias que hoy se conservan en el casco histórico existían en tiempos del románico y fueron reedificadas hacia finales del siglo XIII y durante todo el siglo XIV. Por ello se cree que el personaje que introdujo por primera vez este nuevo estilo que tanto triunfaría en nuestra almendra gótica fue precisamente Alfonso X. De la iglesia de San Ildefonso, que fue durante muchos siglos la quinta torre del skyline vitoriano, no se conocen demasiados datos porque está todavía pendiente de una investigación en profundidad. Lo que sí se sabe es que estaba conectada con las murallas que guardaban la zona este de la ciudad, también desaparecidas, y que fue la única de las parroquias vitorianas que conservó hasta el final las bóvedas de madera. También sabemos que tenía varias capillas y pórtico con torre. Lamentablemente vio su fin en el siglo XIX, con las guerras carlistas, cuando se desmanteló piedra a piedra con el fin de reutilizar sus materiales para apuntalar las murallas durante el asedio que sufrió la ciudad.

La ampliación del casco histórico de Vitoria

Esta iglesia de San Ildefonso nació con el objetivo de que fuera la parroquia de la zona este de Vitoria, barrio nuevo fundado también por Alfonso X el Sabio en 1256. Cuando el monarca visitó la ciudad con su corte itinerante en ese año aprovechó para desarrollar nuevos planes urbanísticos en la villa. Hasta ese momento sólo existían las tres primeras calles de lo alto del cerro y la ampliación que había realizado hacia el oeste Alfonso VIII en 1202. Precisamente las calles Cuchillería, Pintorería y Judería serían proyectadas y construidas a partir de esa fecha por el rey Sabio, junto con la ampliación y reestructuración del convento de San Francisco, para el que concedió terrenos frente a estas calles de reciente creación. Esta nueva parte de la ciudad, la que concluye nuestro casco histórico, fue rodeada también por unas murallas de las que nada se conserva. Sin embargo, sabemos por documentos que quedaban protegidas por un foso artificial que se construyó por orden de este rey y que se llenaba con las aguas que se traían canalizadas desde Olárizu y Mendiola, en una obra hidráulica medieval sin precedentes.

En definitiva, Alfonso X el Sabio fue más que un rey. Fue también artista, poeta, arquitecto… y sus proyectos culturales y artísticos dejaron una huella enorme en nuestro territorio que no siempre sabemos reconocer.

 

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