Opinión
La Columna de José Félix Azurmendi (05/04/2014)
JFA
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Los alcaldes protagonistas de la semana: Ibon Areso Mendiguren, Javier Maroto, Juan Karlos Izagirre y Esperanza Aguirre
Hoy no vamos a hablar de Iñigo Cabacas, ni de política penitenciaria, ni del cese de Txema Urkijo, ni de relato de torturas; ni de esa invasión de Euskadi que según Pilar Urbano habría contemplado Alfonso Suárez. Hoy vamos a hablar de alcaldes. Algunos de ellos han tenido esta semana un protagonismo por encima de su círculo habitual.
Ibon Areso Mendiguren, nuevo alcalde de Bilbao, se ha paseado esta semana por los medios de comunicación. Ha concedido su primera entrevista a Radio Euskadi, y así lo ha hecho saber en antena, para enfado de los medios de “Bilbao de toda la vida”. Con la misma franqueza ha confesado que Igone Bengoetxea sería a su juicio una magnífica alcaldesa -por lo que sabe y por mujer- y ha recordado que él entró al ayuntamiento con Josu Ortuondo, tras dejar claro que lo importante en el trabajo son los equipos. Dando pruebas de un sentido común poco habitual, ha dicho no ser partidario de encumbrar en los altares en caliente: lo ha dicho por el Papa al que quisieron hacer santo nada más morir, cuyo comportamiento al menos con el bilbaino Padre Arrupe nada tuvo de santo. Defendía así que el reconocimiento duradero que se debe elegir para Iñaki Azkuna es mejor no decidirlo en caliente.
Tengo la impresión de que los elogios excesivos que se han prodigado estos días a Adolfo Suárez le han jugado una mala pasada al prudente Javier Maroto. Si hubiera seguido el consejo de Ibon Areso de no tomar esas decisiones en caliente, seguro que el alcalde de Vitoria no hubiera cometido el error de elegir para la estación de autobuses el nombre del Duque, dando por supuesto que todo el mundo estaría encantado. Lo que se publicó como decisión tomada, lo ha tenido que reconducir luego en propuesta a los grupos municipales, que con toda seguridad no fructificará. El humor gasteiztarra ha comentado estos días que Maroto el de la moto se quiso subir al autobús Suárez y ha terminado descabalgado como su antepasado el del abrazo de Vergara.
También al alcalde de Donostia Juan Karlos Izaguirre, otro profesional sencillo y capaz, le ha tocado pasearse por los medios de comunicación esta semana, más de lo que le hubiera gustado, para defender un proyecto que había sido diseñado por y para Odón Elorza. Todo el mundo parece estar de acuerdo en que la capitalidad cultural de Europa es una oportunidad llena de beneficios para la ciudad y para la Euskadi toda. Y así debe ser cuando también Burgos, Córdoba, Las Palmas de Gran Canaria, Segovia y Zaragoza compitieron ardorosamente por ese título. Decía entonces la propaganda oficial que se trataba de una ocasión de oro para regenerar el espacio de la ciudad elegida, cambiar su imagen, darse a conocer internacionalmente, favorecer el turismo. Y se añadía que en algunas de las más de 35 ciudades que desde 1985 han sido elegidas, cada euro invertido en el proyecto había generado desde 8 a 10 euros adicionales. Madrid ya fue capital cultural en 1992, lo fue Santiago en el 2000 y Salamanca en el 2002: ¿Se cumplió en ellas la previsión?
Otra de alcaldes, esta vez en forma de sueño abortado de alcaldesa de Madrid, después del grave traspiés que ha protagonizado la siempre serena Esperanza Aguirre en la Plaza Callao, a la hora de la siesta de un tranquilo día. El cachondeo es general. No se habla de otra cosa en la Villa, en la Corte y en las colonias. Ha logrado opacar su espantada hasta los comentarios al libro de Pilar Urbano sobre el Rey en el 23-f. Nadie se explica cómo una mujer que reaccionó con enorme temple a un desplome de helicóptero en Móstoles y a un sangriento atentado en Bombay se pone tan nerviosa por una cazada de tráfico. El comportamiento humano es imprevisible. La prepotencia puede jugar malas pasadas. Confieso sin embargo que, a mí, lo que más me ha sorprendido en todo el affaire es que la ex presidenta de la comunidad de Madrid ande sola por las calles de Madrid y tenga que ocuparse ella de sacar dinero de un cajero, como cualquier ciudadano de a pie, en coche sin chofer.