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La Columna Jaiónica

Oda al vino y su postureo

EITB Media | I.Irigoyen

Jaione Sanz firma esta columna canalla y descarada, una mirada desenfadada a la vida. Hoy hurga en la pedantería tan habitual de las catas y, reconociéndose una adepta a las visitas de bodegas, elogia el lento placer inventado por Dionisos.

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En algún instante de la historia reciente el mundo decidió que ya estaba bien de relojes, camisas, pijamas... Y se institucionalizó regalar experiencias. Al principio la idea sonaba efervescente. Los objetos se vuelven raídos, viejos, desfasados. Las experiencias propician lugares de encuentro, fabrican recuerdos pegajosos. ¿Y acaso hay algo más preciado que esos pequeños momentos que dan sentido a la vida? Con la certeza resplandeciendo como la barriga de una foca al sol ártico, el mercado extrajo la artillería capitalista para hacer lo que mejor se le da: paquetizar. Así que de repente nos vimos rodeados de estuches repletitos de propuestas. En portada, títulos tan sugerentes como "Masajes de ensueño" o "Castillos y delicias". En el interior, la trampa. ¿Quién no ha quemado teléfono intentando reservar habitación entre los más de tropecientos hoteles teóricamente disponibles? ¿Cuántos de vosotros habéis apurado hasta los últimos coletazos del periodo de caducidad porque siempre surgían otras prioridades?

 No nos engañemos: la mayoría del personal regala paquetes de experiencias para ahorrarse el quebradero de cabeza de pensar y encontrar el obsequio perfecto. Son facilones y efectistas, como los éxitos de la Rosalía.

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